HISTORIA
No hay que olvidar que esta hermosa villa de La Peza ha sido, desde tiempos muy remotos, punto clave en la vía que comunicaba el Levante peninsular con el valle del Genil y la Vega de Granada. Esta posición estratégica justificaría un pronto asentamiento humano, al hallarse en un trayecto más accesible que a través de toda la Sierra Nevada. Por ello, tuvo que ser La Peza punto de paso obligado para los vascones que fundaron la antigua Iliberi (hoy, Granada), y para los romanos, quienes hicieron partir de este peque?o núcleo un desvío hacia la Vía Augusta, con destino a Cástulo. De este modo, La Peza se hallaba justo en la mitad de la ruta tradicional que unía Guadix y Almería con Granada, una ruta que fue también muy frecuentada durante la Edad Media. De hecho, el hermoso y altivo castillo de La Peza tenía la función primordial de salvaguardar la villa y garantizar el tránsito seguro por esta ruta.
En 1489, al capitular el Rey Chico (conocido como el rey Zagal) llegan los Reyes Católicos a las impresionantes tierras lapeze?as. Sin embargo, la huella dejada por los musulmanes era muy profunda, tal y como haría constar en sus notas el médico y viajero alemán Jerónimo Münzer, quien declararía que La Peza guardaba todavía ese hechizo musulmán. Esta decisiva presencia árabe queda también reflejada en los antiguos nombres de los pagos rurales, que poseían una musicalidad y un encanto sin igual: Alconaytar, Alcambra, Oveledín, etc. Ya entrado el s. XVI, los nombres se cambian por topónimos cristianos no menos atractivos, como las calles del Río, de S. Francisco y de la Iglesia; las acequias de la Fuente Blanca, de la Montefría y de la Fuente Encantada; los pagos del Morollón, de la Vega Alta y de la Vega Baja, y del Barranco de los Lobos.
Idéntica suerte corrieron los edificios religiosos. Siendo La Peza un importante núcleo de población con los árabes, tuvieron que alzarse varias mezquitas para atender las necesidades de los creyentes. Con la llegada de los cristianos, la mayoría fueron convertidas, como fue el caso de las hermosas y coquetas ermitas de S. Marcos, S. Francisco, Sta. Lucía y S. Sebastián. Del mismo modo, la mezquita mayor fue convertida, pero sería demolida más tarde para construir la primera iglesia de La Peza, que también sería destruida en la Guerra de las Alpujarras. Pero inmediatamente después se inició la construcción de un bello y encantador templo nuevo, que es el que se puede contemplar en la actualidad.
También a raíz de aquella guerra, hubo un personaje que todavía sigue siendo conocido y admirado en La Peza: el beato S. Marcos Criado. Era un monje trinitario de Andújar (Jaén), enviado a esta villa para predicar la fe cristiana entre los moriscos. Éstos eran mayoría en La Peza, y aunque no todos se rebelaron junto a Aben Humeya, la crispación en el ambiente llevó a algunos de ellos a apresar a este monje.
Al cual, tras pasar tres días atado a una encina junto a la actual Fuente de Belchite, le arrancaron el corazón. Aquí ocurrió lo que muchos calificaron como un milagro: del corazón del fraile surgió una brillante luz que cegó la vista de los allí presentes, quienes, poco después, pudieron observar que tenía inscritas las iniciales de Jesucristo. Desde ese momento, S. Marcos Criado recibió un culto espontáneo que se expandió por Espa?a, Portugal e Italia. Por ello sería beatificado más tarde, en 1899, por el Papa León XIII. De este modo, pasó a ser el primer y único mártir de la Guerra de las Alpujarras beatificado por la Iglesia, y pasaría a convertirse en el Patrón de La Peza, cuya festividad se celebra el 25 de abril.
Hasta el s. XVI, los lapeze?os se dedicaban principalmente a la labranza y el pastoreo, tareas facilitadas por ser esta peculiar villa muy rica en aguas y por estar en la falda de Sierra Nevada. Llegó a haber casi 9000 cabezas de ganado hacia finales de ese siglo (mayormente cabras, ovejas y cerdos), y los cultivos más frecuentes eran las muy apreciadas vi?as y los morales para la cría de gusanos de seda, también muy bien considerada en el reino. En los siglos siguientes, la actividad económica se centra en tres recursos básicos: los mesones y posadas (por seguir siendo La Peza un punto clave entre el Levante y la Vega granadina), las canteras (ya muy cotizadas desde anta?o) y el carbón (pues se dice que los lapeze?os son los mejores carboneros de toda Andalucía).
En la hermosa villa de La Peza, el trabajo del carbón va indisolublemente unido a un nombre propio: el de Manuel Atienza, más conocido como el alcalde carbonero. Es éste un personaje de gran calado en la conciencia de los lapeze?os, aunque su origen quede oculto tras la leyenda. Sólo un escritor insigne y al mismo tiempo enamorado de La Peza, el accitano Pedro Antonio de Alarcón, podría traernos al presente una figura ten particular como misteriosa.
En su historia “El alcalde carbonero”, Alarcón nos relata la gesta de este hombre en la defensa de La Peza frente al ejército invasor francés, en abril de 1810. Parecía que estaba escrito que la villa caería en manos francesas, pero eso sería a un precio muy alto: un extra?o ca?ón construido por los propios lapeze?os, que estalla de tal modo que siembra la muerte tanto en un bando como en el otro, y un alcalde valiente y entregado a su pueblo, llamado Manuel Atienza, que rompe su vara de mando ante el general francés y que se arroja desde un barranco.
Para conmemorar este ilustre episodio de la historia de La Peza, nos encontramos con un bello busto en honor de este admirado personaje, protegido por un reluciente ca?ón más moderno que rememora a su antepasado (el cual se colocó encima de unas vigas de madera del s. XV o XVI, que todavía muestran los vecinos con orgullo), y una hermosa placa en el Tajo de Barruecos, donde se supone que se arrojó don Manuel, que lleva inscrita la célebre consigna “Yo soy la villa de La Peza, que muere antes de entregarse”.
Este grito sólo podía venir por boca de un lapeze?o, como prueba de ese espíritu indómito y complejo que tienen las gentes del lugar. Podemos decir que la interesante peculiaridad del carácter lapeze?o se desenvuelve en concordancia con el medio que lo rodea, un paisaje sinuoso y escurridizo, como en los grabados románticos. Lo cual bien pudo incitar a famosos bandoleros, como los llamados Sierra y Olivencia, a refugiarse en estas escarpadas tierras llenas de vericuetos.
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