El 'Señor' del cementerio de Granada. Estudio de un caso de religiosidad marginal 'The Lord' of the cemetery of Granada. A case-study of peripheral religiosity Rafael Briones Gómez Universidad de Granada
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El presente artículo va en esta línea. Me voy a fijar en un fenómeno religioso-mágico, el «Señor del Cementerio de Granada» y en su ritual objetivo y subjetivo. Se trata de una realidad marginal en un doble sentido: no es algo masivo ni oficial. Los participantes en este ritual son poco numerosos (aunque el fenómeno en sí sea conocido por mucha gente) y, además, viven su religiosidad sin sentirse respaldados por ninguna institución. Pretendo con ello recoger una realidad viva del comportamiento de algunas personas granadinas, dando algunas claves antropológicas que sirvan para comprender mejor al hombre granadino.
Además de esta labor de recogida de fenómenos humanos y de su interpretación, es también tarea antropológica el confirmar con hechos la problemática general de la antropología. En nuestro caso, creo que se ilustra el proceso de sacralización de un objeto, sitio, tiempo, persona o ritual entre determinadas personas religiosas, así como el funcionamiento de lo religioso-mágico en esas mismas personas.
Pienso que este caso se podría aplicar a muchas otras devociones que nuestro pueblo andaluz tiene actualmente, como son las devociones a santos y lugares sagrados. La devoción a fray Leopoldo de Alpandeire -que estudiaremos en otro artículo, por su vigencia en la provincia de Granada sería uno de estos casos-.
El hecho y su historia
Entre las numerosas tumbas y monumentos funerarios del cementerio de Granada, destaca uno de ellos, no por su fastuosidad sino por la continua presencia de flores y por la concurrencia de personas que van allí para rezar y realizar otra serie de gestos, sobre todo los viernes a las cinco de la tarde. Se le conoce por el «Señor del Cementerio». Se trata de una tumba pequeña, con una cruz de piedra blanca, en cuyo pie está grabado este escrito: «Familia Rodríguez-Vita». Todo esto es normal. Lo peculiar es ver al pie de la cruz la estatua de un hombre con melena y los brazos caídos y la cabeza un poco baja, en una especie de reverencia hacia la cruz. ¿Es una persona normal, o se trata de Jesús de Nazaret? La imagen en sí misma, así como la interpretación de la gente no se aclaran sobre si este «Señor» es Jesús o un santo varón. En todo caso, éste es el objeto de culto. Por otra parte, la cruz está siempre rodeada en su base de numerosos exvotos y de muchas flores. Se ve también una bandeja con monedas y con un letrero que dice: «Se ruega la voluntad para el que limpia Nuestro Señor Milagroso». Es una tumba que suele estar frecuentada, sobre todo los viernes a las cinco de la tarde (especialmente los primeros viernes). La gente acude reza, da vueltas alrededor de la tumba y toca la imagen con las manos o con flores, tocándose, con frecuencia, con las manos las diferentes partes de su cuerpo. Los viernes, a las cinco de la tarde, tiene lugar un ritual, el rosario penitencial, dirigido por un seglar, Manuel «el carnicero», un hombre de unos sesenta y cinco años, y al que asisten un grupo de unas treinta personas. Más adelante daremos más detalles de este ritual.
Veamos ahora algunos datos sobre la historia del hecho, que hemos ido reconstruyendo entre los encuestados, algunos de los cuales conocen el hecho desde su origen. Parece que todo comenzó hace unos quince años. Para alguna persona habría comenzado algo antes. Nos encontramos con tres versiones sobre el origen de esta devoción:
1ª. Una mujer estaba a punto de ser expulsada de su casa por dificultades Para seguir pagando el alquiler y por problemas familiares. Subió al cementerio para visitar a los difuntos; allí vio la estatua del Señor, que le produjo una cierta atracción, y comenzó a rezarle. Al volver a su casa se encontró con todos los problemas solucionados.
2ª. Según otra versión, se trataba de una mujer (una «churrera» del Zaidín) que subía al cementerio a cuidar y limpiar la tumba. Un día le pidió al Señor un favor que le fue concedido y, a partir de entonces, comenzó a decir que el Señor de la tumba hacía milagros. Esta señora desapareció sin dejar rastro. Según algunas personas, los sepultureros la cogieron un día llevándose el dinero que la gente dejaba como limosna. Desde entonces no se la volvió a ver.
3ª. Para otros, esta devoción debe su origen a una familia que rezó ante la tumba con mucho fervor y al creer que el Señor le concedía muchos favores subieron otras familias. A partir de este momento, comenzó a subir mucha gente y a extenderse que la estatua del Señor de dicha tumba era muy milagrosa.
Otro dato a tener en cuenta, en la todavía pequeña tradición de este fenómeno, es el día señalado para el rezo del rosario. Ese día se concreta en los viernes. Al principio fue sólo el primer viernes de cada mes, pero más tarde se extendió a todos los viernes del mes. La tradición tiene su origen en las personas que empezaron a subir: éstas, en su mayoría, eran las mismas que iban a rezar los primeros viernes de mes al Cristo de los Favores en el Campo del Príncipe.
Y digamos algo sobre la tumba. Según afirman algunos, la estatua del Señor no perteneció en su origen al conjunto de la tumba. En este sentido hay que destacar que, según Manuel (que dirige el rosario todos los viernes), él mismo tuvo un sueño en que vio esta estatua caída dentro de una tumba abierta; sin saber cómo, después de algunos días, volvió a verla en su actual sitio. El dice que comenzó a rezar el rosario porque se lo pedía la gente.
Existen diversas versiones sobre quiénes son las personas enterradas en la tumba. Los datos más ciertos de que disponemos serían los siguientes:
- Se trata de doce miembros de una familia (Rodríguez-Vita). Miguel, el fotógrafo que cuida de la tumba, ha visto enterrar a los dos últimos. El último de todos pertenecía a la rama de los Vita.
- Es una familia con algunos de sus miembros militares; con bastante dinero, parece que eran duelos de los terrenos donde hoy se asienta la Casería de Montijo.
- Un miembro de la familia vive actualmente en Madrid, y, alguna que otra vez que vino a Granada, se acercó al cementerio y dio las gracias a Miguel por tener limpia la tumba.
- Del cuidado de la tumba se encarga el dicho Miguel, desde hace unos quince años. Vive de lo que la gente le deja como limosna. El puso en la tumba el siguiente cartel: «Se ruega la voluntad para el que limpia a Nuestro Señor Milagroso».
Además de estos datos, entre algunos miembros de esta devoción corren otras versiones más cercanas a la leyenda. Algunos señalan que allí está enterrada una señora que fue muy santa. Pudieran referirse a doña Isabel, miembro de la familia Rodríguez-Vita. pero parece, según otros datos, que no habría sido tan san-ca, por el mal trato que daba a los criados. Unos señalan que tal señora vivía en la cuesta Gomérez; otros dicen que se trata de una mujer que descubrió un «parche» que curaba los granos. No podemos saber si todos se refieren a la misma señora.
Existe otra leyenda según la cual allí está enterrado un cura, según otros una monja. Para todos ellos, sea cura o monja, ellos serían los mediadores por los que el Señor realiza los «milagros».
Otra versión indica que allí está enterrada toda una familia de Málaga, que murió en accidente.
El método de estudio del hecho
Tras esta primera presentación del hecho y de su historia, me parece interesante el decir algo sobre el método utilizado en el estudio de este caso concreto. Esto daría pistas para otros trabajos antropológicos. En el presente artículo, presento las conclusiones elaboradas de un grupo de trabajo compuesto por diez estudiantes, que en la Facultad de Teología estudiaron un caso de religiosidad popular, durante el curso 1978-1979. En este seminario, tras un tiempo de elaboración teórica sobre la problemática de la religiosidad popular, a base de lecturas, se eligió «el Señor del Cementerio de Granada» como terreno donde realizar un estudio de campo y un análisis desde la antropología y la pastoral. La problemática que nos interesaba conocer era el proceso de sacralización de un objeto, sitio, tiempo, persona y ritual en la sociedad granadina actual.
Para ello nos parecía indispensable el conocer la historia del hecho, el ritual en sus diferentes dimensiones, las personas que lo frecuentaban, las motivaciones que los llevaban al cementerio, así como las distintas facetas del fenómeno y sus posibles significaciones.
Dado que se trataba de una realidad eminentemente viva, que no figuraba en papeles ni archivos, había que programar un trabajo de campo orientado a formar el cuerpo de documentos a estudiar. Optamos por la observación participante del ritual y por la larga entrevista semidirigida de algunas personas relacionadas con el hecho. Se eligieron diecinueve personas para ser entrevistadas: Doce de ellas iban al cementerio; las siete restantes estaban al corriente del asunto, aunque no se reconocían «fieles». Los entrevistados pertenecían, en su mayoría, a la clase media baja o muy baja. La edad media era de 45 años. La profesión de la mayoría era amas de casa, parados o empleados. Trece mujeres y seis hombres. Diecisiete de entre ellos vivían en la ciudad y dos en pueblos cercanos. Por último, la formación y nivel cultural era bajo o muy bajo (analfabetos o sólo algún año en la escuela). Tuvimos especial cuidado en entrevistar a personas que nos parecían ricas en información sobre el hecho: el primero de todos era Manuel, «el carnicero» del Zaidín, que es el oficiante del ritual; también Miguel, «el fotógrafo», que cuida de la tumba desde el comienzo de esta devoción. También entrevistamos al cura del cementerio y al concejal del Ayuntamiento encargado del cementerio. En el resto de los entrevistados se procuró una representatividad de edad, sexo y profesión, siempre entre personas que conocían el hecho, o por ser clientes o por haber oído hablar de él.
Nos distribuimos a las personas que iban a ser entrevistadas. Se trataba de charlar con ellas, grabando las entrevistas o tomando notas según los casos. El papel del entrevistador sería el hacer hablar a la persona sobre el hecho. Previamente nos habíamos puesto de acuerdo sobre una serie e temas que convendría que hábilmente salieran en la conversación. Por ejemplo: el ver si frecuentaba otros santos o devociones, si iba mucho a misa u otros actos de la Iglesia católica, favores que había recibido él u otras personas, desde cuándo iba al Señor del Cementerio y quién le había hablado por primera vez, qué hacía en el cementerio, por qué iba allí. Se preveían también una serie de preguntas provocativas, del estilo «si el obispo o los curas dijeran que esto es una superstición y lo prohibieran, ¿cómo reaccionaría usted?» Asimismo nos interesaba ver sus tendencias y actividades políticas y sus modos de emplear el ocio, cara a situarlos en su nivel de integración y actividad social.
Una vez realizadas las entrevistas, se analizó su contenido y se fueron agrupando los datos de todas ellas en torno a algunos temas generales: la historia, el ritual, los exvotos y promesas, la vida religiosa global, la situación social e ideológica, la relación con la Iglesia oficial. Algunas de estas conclusiones son las que se exponer en este artículo.
Presentación del ritual
En todo ritual se combinan una serie de elementos y acciones que las personas utilizan, en un tiempo y espacio dados, para entablar su relación con lo sagrado. En el Cristo del cementerio, el espacio es el cementerio, lugar de los muertos que están con la divinidad. El tiempo intenso es el viernes de cada semana y, sobre todo el primer viernes de mes. Estos dos rasgos del ritual nos dan ya el carácter penitencial y trágico de esta devoción, al subrayar la muerte y la penitencia. El objeto principal del ritual es una imagen, el Señor de la tumba (que, como he dicho antes, no queda claro si se trata de Jesús o de un santo anónimo). Hay otros objetos importantes: las flores, las velas, los exvotos, el dinero y, sobre todo, las promesas. Estos objetos nos hablan del carácter «comercial» de este relación con lo sagrado. El esquema do ut des (doy para que me des) está presente en todos estos objetos que se ofrecen al Señor del Cementerio, a condición de recibir un favor o un milagro. Entre las primeras cosas que la gente dice de este Cristo es que es muy «milagroso». La misma bandeja del dinero recoge este apelativo para el Señor. La motivación primordial de los fieles es, pues, la de recibir ayuda. En esto hay unanimidad entre los entrevistados. Para ello se ofrecen todos estos objetos que cuestan dinero o son bonitos, y se ofrecen con un deseo de que se consuman como las velas ante lo sagrado. El mismo ritual individual o colectivo está orientado también a recibir estos favores. La presencia individual o colectiva en una serie de oraciones es el mayor don que se puede hacer. Las oraciones son monedas de gran valor. Se pone especial interés en buscar a una persona que maneje bien esas monedas espirituales: «Manuel, que sabe rezar muy bien». Por eso, se irán acumulando oraciones sobre temas variados, sin ilazón lógica clara. Lo importante es que haya oraciones, muchas y bonitas, y que sean bien dichas. Lo mismo diríamos de los cantos. que tienen todos ellos un sabor dramático y penitencial, reflejo adecuado de las tragedias físicas, psíquicas, económicas o sociales, de las personas que frecuentan el ritual y, también, de la culpabilidad que quieren remediar.
El ritual combina esos objetos y oraciones con una serie de gestos de gran valor significativo: abrazar al Señor, besarlo, pasar la mano por alguna parte de la estatua (cara, ojos, brazos) y, a continuación, pasar también la mano por las partes correspondientes de su propio cuerpo. Esta misma operación la suelen repetir con una flor, preferentemente un clavel, que después se llevan a sus casas, como si se tratara de una reliquia.
En estos gestos, estamos ante un comportamiento religioso que, objetivamente, roza la magia, aunque queda siempre la incógnita de saber el significado que dichos gestos tienen para la persona que los hace: ver si pretende el dominar y obligar a la divinidad o si la relación es de aceptación libre de la dependencia. Se supone que el objeto sagrado está impregnado de una fuerza sobrenatural, que se comunica al fiel y a todo lo profano por el contacto.
Voy a dar a continuación una reseña del desarrollo del ritual de los viernes y a recopilar las oraciones que se suelen decir, por creer que es un documento digno de ser recogido.
Todos los viernes, a las cinco de la tarde, se reúne un pequeño grupo de personas que son los que intervienen más activamente en el acto. Se van sumando otras personas que estarán durante toda la celebración. Finalmente, otros grupos van llegando y, a escala privada, hacen sus oraciones, besan al Señor y se marchan, sin participar plenamente en el ritual. El «celebrante» es un seglar. A lo largo de toda la celebración permanece de rodillas, dirigiendo el rosario, muy entonado y con mucha unción. Las demás personas van respondiendo. Se canta, se pide por los difuntos. Terminado el rosario, el grupo de «dirigentes» hace su propaganda o campaña, diciendo: «El mundo está muy mal, tenemos que rezar mucho y, sobre todo, como lo hacemos nosotros». Por último, hacen una invitación para que se acuda todos los primeros viernes de mes, invitando también a conocer y visitar el Palmar de Troya, que «allí es donde se reza bien y como Dios quiere». Durante el rezo, y por parte de los «devotos de paso», hacen sus oraciones en privado, y depositan sus flores y su limosna en una bandeja; este dinero va destinado al señor que cuida y mantiene limpio el lugar.
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